Juan estaba disfrutando de su propio suspiro. Serenándose a la par de sus latidos. A pesar de iniciar viaje en “Plaza de los Virreyes”, cabecera de salida del subte E, incluso madrugando, no es tarea sencilla procurase un asiento. Como en el neurotizante juego de la silla, destreza, velocidad, picardía y mucha suerte, son necesarias a la hora del ingreso a los vagones. Muchos humanos que quieren lo mismo, guiados por las mismas intenciones. Ley de la selva. La música, que dicen que calma las fieras, colaboraría en el acompasamiento de su taquicardia. La memoria de su mp3 era lo suficientemente amplia. Contaba con un menú de variados intérpretes para que la llegada a Bolívar le resultara menos tediosa. A segundos de desmarañar el cable de los auriculares, una voz femenina anunciaría un cambio de escenario para su recital interno…”Me disculpás…dijo acariciando una breve panza de embarazada”…con maridito o pareja secundando el pedido. Y Juan se levantó como un rayo…abandonando su conquista matinal porque sabía que no le quedaba otra alternativa. Una joven embarazada precisa - qué duda cabe – un viaje seguro para su bebe. Pero esta vez, llamativamente quizá, la mujer que escribe no agradece el gesto. Como en otras ocasiones consideré pertinente hacerlo, esta vez no puedo ni quiero solidarizarme con el género. Esta mujer que soy se mimetiza más bien con el leve refunfuñar de Juan. Todo su esfuerzo en vano…hasta la estación terminal viajaría de pie y sobre calefaccionado por otras almas con idéntica suerte. Camperas y camperotas duplican las dimensiones humanas. Al menos en verano la ligereza de ropa le gana algunos centímetros al apretujamiento.
Hay derechos que son abusos. He presenciado esta injusticia en reiteradas oportunidades. La mujer encinta podía subir en el tren de la vía contraria que en pocos segundos llegaría vacío y listo para ser ocupado por los que no madrugaron tanto. Pero ella se amparó en su condición, (ella y las mujeres que a minutos del arranque deciden subirse con niños) dando por hecho que nadie se negaría a su pedido. Para muchos menor se trata quizá de una situación que no ameritaría ni el tipeo de una línea pero es un ejemplo más de la “piolada argentina” que hemos tristemente naturalizado como condición de nuestra idiosincrasia. El remate de la historia del subte E agudizó mi bronca. La futura mamá, en una inoportuna, impudorosa y acelerada sesión de maquillaje se mostró más preocupada por colocarse sombra y rimel ( y me asquea decirlo…pincita de depilar!!!) que por el cuidado de su retoño!
Pobre Juan…pobre tipo!! Los hombres hacen merito para que los queramos matar…pero esta y tantas otras veces…a Juan lo hubiera querido salvar…salvar de los abusos…y de los privilegios que desconsideradamente asumen las mujeres.
Hay derechos que son abusos. He presenciado esta injusticia en reiteradas oportunidades. La mujer encinta podía subir en el tren de la vía contraria que en pocos segundos llegaría vacío y listo para ser ocupado por los que no madrugaron tanto. Pero ella se amparó en su condición, (ella y las mujeres que a minutos del arranque deciden subirse con niños) dando por hecho que nadie se negaría a su pedido. Para muchos menor se trata quizá de una situación que no ameritaría ni el tipeo de una línea pero es un ejemplo más de la “piolada argentina” que hemos tristemente naturalizado como condición de nuestra idiosincrasia. El remate de la historia del subte E agudizó mi bronca. La futura mamá, en una inoportuna, impudorosa y acelerada sesión de maquillaje se mostró más preocupada por colocarse sombra y rimel ( y me asquea decirlo…pincita de depilar!!!) que por el cuidado de su retoño!
Pobre Juan…pobre tipo!! Los hombres hacen merito para que los queramos matar…pero esta y tantas otras veces…a Juan lo hubiera querido salvar…salvar de los abusos…y de los privilegios que desconsideradamente asumen las mujeres.
Sil, qué bueno que te hayas decidido a crearte un blog!!! Yo le dejé de dar un poco de bola al mío por la sobrecarga de palabras tipedas en mi vida diaria, además de algunos problemitas personales.
ResponderEliminarCoincido plenamente con tu post (te vas a tener que ir familiarizando con la terminología, aunque yo extendería la cuestión a hombres y mujeres por igual, que entienden la cortesía como un objeto vestusto y herrumbrado en un rincón, cuando la entienden... cuac!
Excelente tu prosa, sin palabras.
Un beso!!
Augusto
Gracias!!!
EliminarSil! Felicítote por tu nuevo emprendimiento!
ResponderEliminarEste cuento describe esa fascista sensación de fastidio cuando el derecho del otro implica cierto perjucio para uno mismo.
Y es una sensación censurable, pero imposible de sentir en ese momento en el que juegan también el cansancio, el amontonamiento, el miedo al robo y la escasez de tiempo.
Por eso, para mi, dar el asiento marca un altísimo grado de honorabilidad en quien lo hace, más allá de que por dentro esté a las reverendas puteadas.
El abuso no está en el legítimo derecho de la embarazada a sentarse, sino en el servicio paupérrino de las líneas de subte y en la falta de un servicio digno y económico de los transportes alternativos.
Igual, te digo: son muchos más los casos en los que la gente se vuelve "discapacitada visual" y no da el asiento. Y confieso: a las madres que suben con pibes de más de 6 años, no las veo...
Besitos Sil!
Te felicito x q te has decidio ha esCribir. Yo me he tomado un recreo x q la cotidianidad de la escritura es dificil de llevar a veces.
ResponderEliminarYo el día q esté embarazada voy a dejar de usar el subte x q no voy a querer q nadie me toque la panza. Pero cuando un caballero me ha cedido gentilmente su asiento, a la vieja costumbre de que las mujeres viajaran sentadas, siempre he tenido una palabra de agradecimiento.