Es el segundo “3 de diciembre” que el devenir de la vida me impide saludarlo, felicitarlo o elegir junto a mi madre y hermanas algún presente alusivo. Se impone el homenaje con el esperanzado deseo de que - desde mi naciente fe, la misma a la que le permití ver la luz para soportar su ausencia y otros tantos golpes - algún rastro de su ser pueda estar sabiendo cuánto lo extraño y cuán orgullosa me crié como hija del Dr. Fabián Carbajal. “¿Tu papá atiende en el Salaberry?” era la frase de la maestra que interrumpía mis sumas y restas frente al pizarrón de mi escuela primaria. Dejaba por unos minutos su rol docente para darle cabida a su condición de mujer inquieta por resolver alguna nana. Hoy,una plaza con calesita y un centro de salud barrial ocupan el predio del hospital donde ejerció junto a mi madre, obstétrica, por 10 años como residente, sin cobrar un peso. Un nuevo hospital con “S”, el Santojanni, dio continuidad a su carrera como médico municipal. Un desayuno apurado, levantar el pesado portón, sacar el auto y dirigirse, guardapolvo en mano (lavado y planchado por Rosita con eterno cuidado) raudo para dedicar la mañana atendiendo en consultorios externos u operando (desafío que a pesar de sus dolores de columna encaraba como un soldado. “Cuando entro a quirófano…es increíble…pero no me duele nada” comentaba sorprendido). Reconocer al mediodía, si daba que podíamos compartir almuerzo, su inconfundible llegada por ese particular “olorcito a hospital” que por qué no decirlo, fue motivo de unas cuantas rabietas. La exigencia de pulcritud de mamá, un baño diario que dejara atrás las señales de hospital, no era compatible con el cansancio con el que este hombre llegaba a casa.
No me alcanzarían los días para referenciar a mi padre…para explicar que se que lo defraudé y me defraudé en parte al bajarme de Medicina, a pesar de haber cursado mi bachillerato bilógico convencida de seguir su camino. Hoy que se celebra el Día del Médico, homenaje consagrado en 1933, al cumplirse el centenario del nacimiento del doctor Carlos Finlay (del 3 de diciembre de 1833), descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla le rindo tributo como facultativo de la medicina, por su cumplimiento absoluto del juramento hipocrático que, bien vale recordar, reza: “Juro solemnemente, por lo que para mí sea más sagrado, ser leal al ejercicio de la medicina, justo y generoso. Viviré y practicaré mi arte con austeridad y honestidad. Donde quiera que entre, será para bien de los enfermos, hasta el máximo de mis conocimientos, y me mantendré alejado de todo lo que sea error, corrupción y vicio. Ejerceré mi profesión solamente para curar a los pacientes y no les daré medicamento alguno ni ejecutaré ninguna operación para un fin criminal aunque me soliciten. Vea lo que vea y oiga lo que oiga de las vidas de los hombres, que no deba ser dicho, lo guardaré como inviolable secreto" y más aun le rindo tributo por su calidad humana, por su infinita curiosidad, por su estado de permanente capacitación, no sólo en el terreno de la medicina. Los avances a nivel tecnológico y científico de los que fue testigo en sus más de 40 años en ejercicio de la profesión jamás lograron alterar la relación médico – paciente. Galeno de hospital, de consultorio, clínico solícito para sus vecinos de todas edades que lo soprendían en shorsito a punto de disfrutar un asado...con mayor o menor tiempo, su entrega fue idéntica. Me llenaban y llenan de orgullo los testimonios de sus tantas pacientes hablando maravillas de su atención como ginecólogo (certeza diagnóstica, éxito en los tratamientos de fertilidad con el premio de unos cuántos tocayitos, etc) pero más aun de su calidez como persona, acompañando desde el respeto, a mujeres de distintas edades y estratos sociales que enfrentabas duras pruebas con su salud. Un médico de los de antes…que instaló su consultorio principal en Gregorio de Laferrere…que en los años pioneros usaba su jeep para poder sortear los caminos barrosos de ese populosa localidad de La Matanza,y llegar al alumbramiento de quién sabe una futura paciente; cobrando su atención al mejor estilo del Dr. Baker de la Familia Ingalls. Módicos ingresos, abundantes experiencias. Intercambiaba sabiduría: su receta médica por una de cocina, y en esa charla, que aflojaba tensiones, era Fabián, no el Doctor quien apuntaba en detalle los ingredientes de algún plato... paraguayo, boliviano, italiano, etc., para enriquecer su cosmopolita idiosincrasia y agendarla en la enciclopedia, esa que viajaba con él a cuestas, que iluminaba sus ojos color del tiempo… un nuevo conocimiento… un nuevo brillo…como niño con juguete nuevo.
No me alcanzarían los días para referenciar a mi padre…para explicar que se que lo defraudé y me defraudé en parte al bajarme de Medicina, a pesar de haber cursado mi bachillerato bilógico convencida de seguir su camino. Hoy que se celebra el Día del Médico, homenaje consagrado en 1933, al cumplirse el centenario del nacimiento del doctor Carlos Finlay (del 3 de diciembre de 1833), descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla le rindo tributo como facultativo de la medicina, por su cumplimiento absoluto del juramento hipocrático que, bien vale recordar, reza: “Juro solemnemente, por lo que para mí sea más sagrado, ser leal al ejercicio de la medicina, justo y generoso. Viviré y practicaré mi arte con austeridad y honestidad. Donde quiera que entre, será para bien de los enfermos, hasta el máximo de mis conocimientos, y me mantendré alejado de todo lo que sea error, corrupción y vicio. Ejerceré mi profesión solamente para curar a los pacientes y no les daré medicamento alguno ni ejecutaré ninguna operación para un fin criminal aunque me soliciten. Vea lo que vea y oiga lo que oiga de las vidas de los hombres, que no deba ser dicho, lo guardaré como inviolable secreto" y más aun le rindo tributo por su calidad humana, por su infinita curiosidad, por su estado de permanente capacitación, no sólo en el terreno de la medicina. Los avances a nivel tecnológico y científico de los que fue testigo en sus más de 40 años en ejercicio de la profesión jamás lograron alterar la relación médico – paciente. Galeno de hospital, de consultorio, clínico solícito para sus vecinos de todas edades que lo soprendían en shorsito a punto de disfrutar un asado...con mayor o menor tiempo, su entrega fue idéntica. Me llenaban y llenan de orgullo los testimonios de sus tantas pacientes hablando maravillas de su atención como ginecólogo (certeza diagnóstica, éxito en los tratamientos de fertilidad con el premio de unos cuántos tocayitos, etc) pero más aun de su calidez como persona, acompañando desde el respeto, a mujeres de distintas edades y estratos sociales que enfrentabas duras pruebas con su salud. Un médico de los de antes…que instaló su consultorio principal en Gregorio de Laferrere…que en los años pioneros usaba su jeep para poder sortear los caminos barrosos de ese populosa localidad de La Matanza,y llegar al alumbramiento de quién sabe una futura paciente; cobrando su atención al mejor estilo del Dr. Baker de la Familia Ingalls. Módicos ingresos, abundantes experiencias. Intercambiaba sabiduría: su receta médica por una de cocina, y en esa charla, que aflojaba tensiones, era Fabián, no el Doctor quien apuntaba en detalle los ingredientes de algún plato... paraguayo, boliviano, italiano, etc., para enriquecer su cosmopolita idiosincrasia y agendarla en la enciclopedia, esa que viajaba con él a cuestas, que iluminaba sus ojos color del tiempo… un nuevo conocimiento… un nuevo brillo…como niño con juguete nuevo.
Si tu viejo se hubiera llamado Gumersindo podríamos hoy identificar a los tocayitos con mas precisión!
ResponderEliminar(pero tal vez las madres no habrían ejercido tal costumbre, jojo!)
Te acordás que tu viejo me llamaba la galleguita?
Desde donde esté ha de estar orgulloso de vos!! porque, a pesar de que dejaste medicina, ejercés tu profesión cumpliendo tal cual el juramento hipocrático.
Y yo puedo decirlo, porque bien te conozco!
Saludos Amiga!
Estimada Silvia. Soy el Dr.Alberto Radzichewski (sí,un apellido un poco difícil). Tu padre,el Dr. Fabián Carbajal, fue mi querido Maestro de Ginecología y Colposcopía en el Hospital Santojanni.¡Qué Hombre maravilloso! Músico, Escritor, Alma Libre, Profesorazo generoso con sus (muchos)conocimientos.Allá por el´94 me leyó su escrito "El Vuelo del perdón", o "El Ángel del Perdón", con el que ganó un Premio Literario. Siempre soñé con volver a leer, o a oír ese bellísimo relato, lleno de Poesía, de Amor, de profundidad... bien Carbajal, bien de su Padre!!Estimada Silvia, además de acompañarte espiritualmente por la desaparición de tu Amado Padre y mi recordado Maestro (qué exacta tu descripción de él!!), te pido por favor busque este Relato de tu Padre, y no me prives del placer de volver a emocionarme con él (esperaba encontrarlo en algún lugar de Internet).Mi correo electrónico albertopuede@hotmail.com o en Facebook.Un abrazo afectuoso,desde ya muy agradecido,un beso y una Oración por el Profe Carbajal. Alberto R.
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