domingo, 2 de agosto de 2009

Un dulce rocío...

Con todo respeto, le pido un favor…a estas alturas…se lo ruego…¡¡ajuste los resortes!!...que no todos por aquí tenemos el casco de Felipe Massa a prueba de conmociones. Quizá las cerebrales tengan mejor pronóstico, pero las del alma son de dudosa recuperación. La pobre apenas se recompone de recientes y dolorosos impactos.
Le repito…¡¡Ajuste los resortes!! Entienda que no puede estar sacando de pista a los que vamos a paso hombre. A paso mujer. Nada de las suicidas velocidades de la Fórmula 1…ni 100, ni 200, ni 300, modesta escudería peatona, que aspira a avanzar al ritmo de las posibilidades, guiada únicamente por el corazón…irremplazable motor que ruge por dentro, sin ensordecer a nadie en el intento. Que en su infructuosa conquista de los sueños parece funcionar no con la potencia de caballos…sino de unicornios de fuerza…blanca criatura mitológica que nos vuelve potables las aguas contaminadas por las heridas y los contratiempos. No desvié del camino a los que simplemente nos conformamos con participar. Tómese una tregua, dénos una tregua, no mande a boxes a los respetamos exageradamente el semáforo de la vida. Ponga onda verde. Frene su peligroso juego de luces. No intente enceguecerme. Nunca subí al podio. Desde abajo, mi rostro se empapó con el champagne descorchado jubilosamente por otros ganadores. Un dulce rocío que no es propio. Soy buena gente…y sí…me sumé a su festejo…me alegré por ellos…pero busco mis laureles. Sin destronar a nadie. Para mi escudería, “ganar” es simplemente “no perder”…no perder es seguir…la victoria es la vida.
Sus gestos, sus guiños me forzaron a recurrir a la metáfora de la carrera de autos…los autos locos diría más bien. Pero nunca me gustaron los fierros…me gustan las velas…confiar en las estrellas…navegar…sortear tormentas…que es bien distinto que chocar.

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