“Tomá Nélida…ja ja ja…te devuelvo la moneda porque no hay acomodador”…dijo una agitada señora a su amiga tan mayorcita como ella pero con el mismo espíritu jocoso, dejando caer en mamotretitos asientos sus reumáticas anatomías. Cuando la complicidad y la ironía están tan presentes en un diálogo, resulta sencillo adivinar que estas damas han compartido unas cuántas películas. Los mismos pares de ojos que años atrás se metían en la piel de una Mirtha o de una Olga Zubarri, hoy se preparaban para revivir el tormentoso amorío entre Felicitas Guerrero y Enrique Ocampo. No dedicaré más que algunas pocas líneas para comentar que la cuarta película de Teresa Constantini aprobaría raspando por su falta de ritmo y de diálogos. Sin embargo, los amaneceres y ocasos en algún bello paisaje de la provincia de Buenos Aires, Chascomús quiza…si hubiese respetado la historia, la atinada reconstrucción de época y sencillamente el amor inundando la pantalla para las románticas domingueras de la sala, permite que “Felicitas” alcance para mi un 7 o un “A” ¿recuerdan alumnas/os?, un Alcanzó los Objetivos. Pero lo que no siempre alcanza, lo que muchas veces contamina una situación impidiendo ingresar en ese mágico mundo de la concentración (recientemente le escuché decir a Brian Wise, médico psiquiatra especializado en técnicas de regresión, que ver una película se acerca bastante a lo que se vivencia en un estado hipnótico) es todo aquello que se va de plano. Poder visitar virtualmente la cartelera de cine es un adelanto generoso al menos con el bolsillo (los diarios están caros) y con el tiempo de uno…pero muchas otras cosas si bien no están mal, tampoco están del todo bien a la hora de acercarse al séptimo arte.
Dudo que algo de lo que escriba para argumentar mi relato sea novedoso. Versará modestamente en cuestiones periféricas. En próximas entregas prometo un análisis a la altura de la obra de los hermanos Lumiére. Han trascurrido unos cuántos años desde que la experiencia de ir al cine se modificara. No tengo presente fechas, pero calculo que hacia fines de los noventas irrumpieron los “Complejos” (Village, Showcase, Cinemark, Hoyts, etc) y precisamente a las viejas generaciones ( y por qué no a la de la que escribe, generación “bisagra” ) se les ha vuelto compleja la situación, añoran aspectos que se han ido, aquellas grandes pantallas y no plasmas gigantes que horizontalizan las imágenes, extrañan al “chocolatinero”, y necesitan servicios como el del acomodador, que linterna en mano las hubiera guiado galantemente hacia el asiento designado, extendiendo automáticamente la mano a la espera de propina. Localizar hoy la butaca es como jugar a la batalla naval…”G 3…izquierda, H 7…derecha”, es el único parlamento a media lengua que arriman los empleados "teens", y así…sorteando municiones, digo, pochoclos, palomitas de maíz, popcorn (o como lo quieran llamar de acuerdo a su nivel de “americanización”…si bien hay que ser justos y mencionar que está la guaraní opción de los chipacitos), y evitando que la salsa de los nachos manche nuestra ropa se avanza como se puede en este “juego de la butaca”.
A segundos de comenzar la proyección, otra irritada voz femenina interrumpe el naciente silencio previo a los títulos: "¿Me podés ayudar a encontrar mi asiento”? y homenajeando a un viejo film…pasó a formar parte del elenco de Los gritos del Silencio…no son estos tiempos de acomodar a nada ni a nadie...son tiempos cómodos...pero no de la comodidad en el sentido del confort sino de la comodidad en el sentido de "que reine la autogestión y el que no la entendió se embroma"
Parece que quejarse y volverse viejo se van pareciendo bastante. La clave de la salud física y mental estaría en nuestro grado de adaptación a los cambios que se suceden en la sociedad. No pretendo afinar la guitarra para entonar una nostágica queja de bandoneón de la Buenos Aires que se nos fue para no volver…pero si de adaptación se trata, teniendo en cuenta los 23 mangos de la entrada…y el caos reinante en los circundantes patios de comidas…usaré mi chanchito libre de H1 N1 para ahorrar y armarme el super cine en casa…comprarme el plasma más grande que pueda…tener a punto el microondas para hacer inflar el maiz pisingallo…y acomodar mis huesos yo solita…la linterna a mano….por si se corta la luz…
Dudo que algo de lo que escriba para argumentar mi relato sea novedoso. Versará modestamente en cuestiones periféricas. En próximas entregas prometo un análisis a la altura de la obra de los hermanos Lumiére. Han trascurrido unos cuántos años desde que la experiencia de ir al cine se modificara. No tengo presente fechas, pero calculo que hacia fines de los noventas irrumpieron los “Complejos” (Village, Showcase, Cinemark, Hoyts, etc) y precisamente a las viejas generaciones ( y por qué no a la de la que escribe, generación “bisagra” ) se les ha vuelto compleja la situación, añoran aspectos que se han ido, aquellas grandes pantallas y no plasmas gigantes que horizontalizan las imágenes, extrañan al “chocolatinero”, y necesitan servicios como el del acomodador, que linterna en mano las hubiera guiado galantemente hacia el asiento designado, extendiendo automáticamente la mano a la espera de propina. Localizar hoy la butaca es como jugar a la batalla naval…”G 3…izquierda, H 7…derecha”, es el único parlamento a media lengua que arriman los empleados "teens", y así…sorteando municiones, digo, pochoclos, palomitas de maíz, popcorn (o como lo quieran llamar de acuerdo a su nivel de “americanización”…si bien hay que ser justos y mencionar que está la guaraní opción de los chipacitos), y evitando que la salsa de los nachos manche nuestra ropa se avanza como se puede en este “juego de la butaca”.
A segundos de comenzar la proyección, otra irritada voz femenina interrumpe el naciente silencio previo a los títulos: "¿Me podés ayudar a encontrar mi asiento”? y homenajeando a un viejo film…pasó a formar parte del elenco de Los gritos del Silencio…no son estos tiempos de acomodar a nada ni a nadie...son tiempos cómodos...pero no de la comodidad en el sentido del confort sino de la comodidad en el sentido de "que reine la autogestión y el que no la entendió se embroma"
Parece que quejarse y volverse viejo se van pareciendo bastante. La clave de la salud física y mental estaría en nuestro grado de adaptación a los cambios que se suceden en la sociedad. No pretendo afinar la guitarra para entonar una nostágica queja de bandoneón de la Buenos Aires que se nos fue para no volver…pero si de adaptación se trata, teniendo en cuenta los 23 mangos de la entrada…y el caos reinante en los circundantes patios de comidas…usaré mi chanchito libre de H1 N1 para ahorrar y armarme el super cine en casa…comprarme el plasma más grande que pueda…tener a punto el microondas para hacer inflar el maiz pisingallo…y acomodar mis huesos yo solita…la linterna a mano….por si se corta la luz…