lunes, 2 de abril de 2012

Hermanitas de papel…a 30 años de Malvinas






Las tuve siempre conmigo. Guardatitas una sobre otra, con la hermandad que le escuché decir a los hombres, sólo logra la cárcel o una guerra. Una sobre otra. Como en las trincheras. Desde la aparición de los folios, cubiertas por una trasparencia tamaño A4 que a la manera de impermeable las envuelve y abraza, quizá para compensar el frio que sus autores sintieron en la perdida perla austral. Era tal la emoción y la sensación de exclusividad que sentía que jamás me detuve como hoy - en la conmemoración de los 30 años del desembarco - a hacer una lectura histórica y simbólica de las mismas. Ambas epístolas están fechadas el 27 de junio de 1982. Trece días después del alto al fuego. ¿Cómo saber en qué condiciones físicas y emocionales empuñaron las biromes? Tal vez heridos, ó milagrosamente salvos, con lagrimitas en los ojos de dos muchachos de 18 años que se hicieron hombres demasiado rápido. ¿Habrá el sorbo de alguna taza de chocolate caliente o mate cocido acompañado estas breves pero profundas catarsis manuscritas? Con muchas faltas de ortografía, pero rebosantes de coraje y entrega. “Me hubiera gustado dar la vida por las Islas Malvinas” reza una de las frases finales y detrás de esa firme sentencia, un gordito punto seguido que grafológicamente indica decisión, real convicción en lo que se postula.
Mentiría si dijese que recuerdo el momento en el que la señorita del grado nos avisó que le escribiéramos a los soldados. Y tampoco, lamentablemente, tengo presente el momento de la entrega de semejante tesoro de palabras. Nélida García es mencionada por ellos, pero no puedo saber si se trató de algún proyecto personal de la docente o mejor aun del acompañamiento de toda una institución educativa. Supongo que no es tan importante. La "movida", en términos de hoy, tuvo lugar y se proyecta en el futuro. Yo era, como bien señalan ellos, una niña. Las cartitas son dirigidas a la niña Silvia Marisa Carbajal, a la niña argentina, a la niña de una escuela paradójicamente situada a una cuadra del Olimpo, uno de los tantos centros de detención de la dictadura. Pero ese dato no se revelaría para mi en esos años de la primaria. Para mis hermanas y yo, el enorme edificio que bordeaba la escuela era sólo una mole misteriosa y oscura que nos quitaba la palabra dentro del auto de papá, paradógicamente también, un falcon, pero celeste. Era pasar, quedar detenidos por un semáforo y tener miedo sin saber que el miedo habitaba allí. Con los años y la llegada de la democracia corroboramos tristemente que aquellos sonidos que creíamos escuchar, aquellas voces atravesando ventanas rotas, aquel silencio, no era producto de la imaginación de tres escolares sino un escenario realmente macabro. Las asociaciones vendrían luego, cuando todo nos fue develado como sociedad. Datos como la implicancia de un color, el verde, como condicionante de la mala acción de un vehículo, era algo decididamente impensado en la mente de una criatura. En fin. Respeto mi desconocimiento en el amparo ni más ni menos que de la posibilidad concreta de saber o no saber. ¡Si no es la infancia el tiempo de la protección de la inocencia entonces ese tiempo no existe!.
Pensé mucho en la relevancia de sumar mi testimonio en ocasión de este particular aniversario. Se ha dicho mucho, demasiadas voces superpuestas, agradecida polifonía, y el riesgo permanente de los oportunismos. A diferencia de otros años, de otros tiempos, hoy podemos conocer sus hazañas, peripecias, y carencias; ver sus rostros con arrugas y pelo cano, escuchar en boca de criollos nombres ingleses de algunos montes donde se posicionaban y parapetaban. Aun con las tremendas dificultades de todo relato bélico, intentar comprender y comprenderlos: dónde estuvieron, qué hicieron, cómo se vestian, cómo y porqué en el medio de una lluvia de fuego, hay tiempo de pensar, rezar, llorar, ayudar, todas esas acciones juntas, unidas en contados segundos. Conocer la estrategia inglesa de herir y no matar para ocupar minímo a tres hombres en el intento del rescate de un compañero. En resumen, empezar a despejar, con palabras del himno, nuetro propio manto de neblima.
Raúl Orellano y Oscar Alberto Ponce, S/c 63 del Regimiento de Infantería de Comodoro Rivadavia - a quienes adivino no se porqué, quizá correntinos, merecen mi humilde homenaje. El de una mujer que hoy entiende un poquito más. Sólo un poquito... porque faltaría a la verdad si me considerara una entendida en el tema. Historiadores, políticos varios, desde diversas aristas están sumando nuevas páginas a un conflicto que en agosto próximo cumplirá 180 años. Los pormenores de la invasión es menester de entendidos. El único pirata que me produce ternura es Jack Sparrow de “Los Piratas del Caribe”. Mi testimonio busca ser cordial. En el etimológico sentido del término. Cordial. Porque sale de mi corazón. De un corazón que se estremece cuando en familia cantamos el bello himno a las Malvinas que Ale, mi hermana música intrerpreta sentidamente al piano trasportandonos al patio de la J. Alfredo Ferreira, en la calle Ramón L. Falcón al 1426 ya esas también frias mañanas de abril. O escuchar una particular versión de Horacio Fontova y Emilio del Guercio mientras TVR pasa un informe bien editado.
No tengo un hermano o primo al que le haya "tocado en suerte" combatir en Malvinas. Pero sí viví de cerca la experiencia del hijo del mejor amigo de mi padre, Horacio Alonso. Mi padre tenía una conexión telepática con “su hermano de la vida”, presentía sus visitas. Volvía tarde de ejercer como médico en la poblada Laferrere y al abrir la puerta del garaje apuraba la pregunta: “Rosita, no me digas nada...está Horacio? Y no se equivocaba. La ley de vida, hijos que entierran a sus padres, se cumplió tempranamente para la familia Alonso. Creo que a los 45 años, le falló el corazón. Lo supe en la calle, iba de la mano de mamá y su cuñado, otro gran amigo, nos dio la tristísima e impactante confirmación. Vaya a saber si hubiera resistido la noticia de un hijo que es llamado a la guerra. Ernestito volvió. Por suerte y gracias a Dios, Ernestito volvió. Mi padre, Fabián Carbajal, revisó en el consultorio de casa los pies de ese muchacho. Estuvo a punto de perderlos por congelamiento, fue lo que papá pudo decirnos. No mucho más. Sus ojos color del tiempo volvieron humedecidos al comedor tras conocer aquel testimonio. Tan cercano, de algo tan lejano. Por lo que veo de sus apariciones mediáticas hoy es Ernesto, un hombre bien plantado. Si, bien plantado, en esos pies que casi pierde por el frio de una isla del Atlántico Sur. No tenemos trato porque vive en La Plata pero nos enorgullece verlo en acción, nos avisamos telefónicamente cuando lo enganchamos hablando en su condición de ex combatiente, sentado – más allá de toda consideración ideológica – como panelista en muchos programas, el último de ellos en 678, naturalmente agradecido con una gestión de gobierno que al menos los está visibilizando.
Todo cuanto se haga para poner un freno a otra lista - pocas veces recordada - la de los que se han quitado la vida post guerra, a los más de mil suicidios ocasionados seguramente por motivaciones varias, traumas, olvido, dificultad de inclusión laboral, depresión, ect, ya merece buena consideración.
Hoy estimo mi insignificante coraje, en comparación al de todos ellos. Las cartas ya no son exclusivas aunque me sigan haciendo sentir especial. Volveran al folio y a hermanarse en mi caja de recuerdos. Pero decido escanearlas y compartirlas con el ciberespacio porque estamos en tiempos de apertura. Verdad, Memoria y Justicia. Que un cofre se abra para mostrar un tesoro no quita quantía al tesoro. Espero que otros ojos, más ojos, aumenten su valor.
Sólo un experimentadísimo diseñador gráfico podría detectar que la fuente tipográfica expresamente seleccionada para redactar estas líneas es “Britannic Bold”( al menos en la versión word del archivo). Es mi modo de manifestar mi rechazo cabal a toda reacción violenta; por ejemplo la de hoy hacia la Embajada de Gran Bretania. Es como si alguien me pidiera que deje de escuchar a Queen o de amar la actuación de Emma Thompson en Sensatez y Sentiemiento y miles de cosas por el estilo. J. L. Borges dijo una vez: no nos comamos a los caníbales. Vida, siempre vida. Paz, siempre paz. Reivindicaciones desde la cordura. Relaciones cordiales entre los pueblos que habitan la tierra. Cordiales, del corazón.